sábado, 15 de marzo de 2014

¡Silvio Rodríguez!

Tengo mucha hueva de escribir, por lo que simplemente me chutaré lo que he leído en otro sitio y que, más o menos, muestra mi mismo sentir y pensar sobre el concierto.


"Tenemos la mala costumbre de soñar poco, hablar mucho, y pensar que el mundo es tan pequeño que cabe en dos ojos y unas manos adormecidas.

Voy camino a un concierto.

Silvio Rodríguez. 14 de marzo. Auditorio Universitario que se llama Telmex.

Había leído una opinión, de un tipo de quien no recuerdo su nombre en un periódico de derechas propiedad por un boxeador que fue político o es político o quiere ser político, y que acaba de poner una sucursal (el periódico, no el tipo boxeador) en la capital de Jalisco.
Decía este tipo que Silvio era casi una bazofia. Un divo apoyador de dictaduras. Que había tocado en su reciente presentación en el Auditorio Nacional canciones que nadie conocía, y que además casi ni hablaba. Que se mostraba parco, mudo.
 Quien escribió ese texto, que por más que quiero no se me viene a la mente su nombre (ni me importa que se me venga), dijo que se salió del concierto, que no soportó más al cantautor cubano.

Llegué al Auditorio Telmex con la cabeza hecha un embrollo: ¿Vale la pena apostarle todo a la quimera? ¿Acaso la vida es tan corta que no nos merecemos el lujo de hacer lo que nos gusta hacer? ¿Por qué debemos callar lo que no soportamos callar? Arribé, digamos, en una mezcla de existencialismo con filosofía barata y falsas éticas que son todo para los soñadores de un mundo menos jodido.

Serrat, Rodríguez y Sabina.


El concierto parecía organizado para la “gente bien”. El boleto más barato era de 450: en la esquina y hasta el fondo. Venían los de 550, en la esquina y un poquito menos al fondo. Y ya después, los prohibitivos: 900, 1300 y 1800. Todo más gastos de expedición del boleto.
¿Venir a mirar la canción épica de la revolución cubana a esos precios?

Hubo (contradiciendo crónicas de hoy publicadas en diarios locales que argumentan que el auditorio estuvo casi lleno) muchos espacios vacíos. Zonas que parecían desiertos. Entonces comenzaba (no dudo que la amplia mayoría lo hiciera) a maquinar: “nomás inicie la primera canción, me levanto discretamente, camino veinte pasos, y comienzo a llenar de ojos esas zonas que están desiertas de oídos”.
La estrategia no era mala, pero los dueños del evento decidieron que quienes habían pagado 550 pesos no debían disfrutar de un lugar vacío de 900. Cero colectividad. Cero solidaridad. Todo negocio.

Así pues, se distribuyó “personal de seguridad” en todas las zonas vacías. Ellos, los del personal de seguridad, miraban no al escenario, sino a las zonas donde había nadie. Si alguien osaba acercarse, pronto pedían el boleto, y si éste era de una zona de menor costo, al portador del papelito ticketmaster lo llevaban casi esposado al asiento asignado.

Que se note quiénes tienen y quiénes no. La vigilancia del “estatus” fue implacable.



Esto no es una crónica. Por lo tanto, no se dirá que el sonido al principio no se escuchaba claro, que los de arriba decían “no se oye acá con los pobres”, y Silvio pidió a los encargados del sonido que se escuchara allá con “los pobres”.

No se dirá tampoco que Silvio habló poco, y cantó mucho, que los músicos que lo acompañaron (un pianista, un contrabajista, un percusionista, un baterista, una flautista, un bajista y dos guitarristas) eran de una calidad endiablada (o enrevolucionada). Tampoco se mencionará que la gente pedía y pedía canciones clásicas y Silvio prometió que cantaría algunas.

No se narrará que cuando Silvio, ya casi al final del concierto, cantó “Ojalá” acompañado solamente de contrabajo y piano, un hombre, en alguna fila del gigante auditorio, le dijo que tomara la guitarra en un tono, digamos, de cierta agresividad.

No se mencionará nada acerca de las veces que retornó Silvio al auditorio ante los gritos de “otra, otra, otra”.

No se escribirá que se tocaron pocas de las canciones conocidas y muchas de las canciones no conocidas por la gente.

No, esto no es una crónica. Al menos así lo pienso yo.


¿Por qué cantar un repertorio de canciones nuevas, o viejas pero inéditas? ¿Por qué? ¿Es acaso una osadía del cantautor cubano? ¿Una falta de respeto al respetable? Quizás sí. Pero pienso que no.

Silvio Rodríguez es un artista excepcional. Tiene grabadas en discos más de 300 canciones, y seguramente posee un repertorio dos o tres veces mayor. Canciones que guarda en un cajón en espera del momento anímico, o emocional, para grabarlas. Por qué entonces pedir siempre lo mismo. Dar siempre lo mismo.

En un concierto en alguna parte de América Latina, el cubano mencionó: “del facilismo a la mediocridad hay solamente un paso”. Y el facilismo es cantar siempre lo mismo y que el público aplauda con ahínco y tesón.

Pero, dirán algunos, pagamos mucho para venir a escuchar a Silvio. Sin duda que se pagó mucho, más de lo que se debería pagar para ver a un cubano que abraza la Revolución que más amor ha despertado en el orbe. Pero Silvio es más que “Ojalá” y que “Te doy una canción”. Es un rehacer y rejuvenecerse siempre. Es un picar caminos que van del son cubano a la guitarra, de un atisbo de jazz a una canción popular cercana a lo clásico.

¿Por qué siempre pedir lo mismo? ¿Por qué siempre dar lo que ya se ha dado?

Para mí, el concierto de ayer fue una sorpresa. Y las sorpresas siempre se agradecen. Ayer tuve la oportunidad de volver a mí por caminos que no conocía. Por melodías que no había escuchado jamás, o que las había escuchado, pero que no de la forma en que las escuché ayer.

Por eso fue un concierto excepcional. Épico. Quizá no tuve la oportunidad de vivir la enjundia de cantar “como un disparo, como un libro, una palabra, una guerrilla, como doy el amor”. Pero, tuve la oportunidad de descubrir algo que no estaba en mí, y que sin embargo, ahí estaba.

Un ocultamiento de mí que no conocía pero que, sin embargo, habitaba.

El concierto de ayer fue una sorpresa, el nacimiento de algo que había nacido ya, pero que aún no vivía. Por eso, la apuesta de Silvio de dar no lo que la gente quiere que dé, sino lo que él es capaz de dar, se agradece. Y mucho."


Por Jorge Gómez Naredo


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